Lengua y Literatura
Blog destinado a los alumnos de 2° "C" de la Escuela Técnica n° 5 Álvarez de Condarco. Profesora Laura Sfreddo
sábado, 31 de octubre de 2015
Bienvenidos!!
En este Blog podrás encontrar toda aquello que vayamos trabajando en clase, te ayudará a reforzar los conceptos vistos y a realizar entretenidas actividades.
También podrás realizar comentarios, sugerencias, expresar tus dudas, este será nuestro medio de comunicación a lo largo de la cursada.
Ahora manos a la obra!!
miércoles, 21 de octubre de 2015
El verbo en la narración
El tema que trabajaremos para dar inicio a este blog es "El verbo en la Narración"
El Verbo from Meudys Figueroa
Nuestro fin es ver cómo funcionan los verbos en la narración, también vimos en clase que la narración es la acción de relatar una serie de hechos, reales o ficticios, que ocurren en un lapso de tiempo y un lugar determinado.
Te invito a que veas el siguiente video te ayudara a comprender un poco más lo visto:
Luego de la información compartida, repasemos lo ya visto!!!
En clase, compartimos la lectura de "Corazonada", de Mario Benedetti, aquí lo dejo para que disfrutes nuevamente de él, además, si accedes al siguiente link: https://youtu.be/L3vPt4-fHxA, encontraras un breve video que habla sobre el autor y sus obras.
CORAZONADA
Apreté dos veces el timbre y enseguida supe que me iba a quedar. Heredé de mi padre, que en paz descanse, estas corazonadas. La puerta tenía un gran barrote de bronce y pensé que iba a ser bravo sacarle lustre. Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba. Tenía cara de caballo y cofia y delantal. “Vengo por el aviso”, dije. “Ya lo sé”, gruñó ella y me dejó en el zaguán, mirando las baldosas. Estudié las paredes y los zócalos, la araña de ocho bombitas y una especie de cancel.
Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una Virgen pero sólo como. “Buenos días”. “¿Su nombre?” “Celia”. “¿Celia qué?” “Celia Ramos”. Me barrió de una mirada. La tipeja. “¿Referencias?” Dije tartamudeando la primera estrofa: “Familia Suárez, Maldonado 1346, teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252, teléfono 413723. Escribano Perrone, Larranaga 3362, sin teléfono”. Ningún gesto. “¿Motivos del cese?” Segunda estrofa, más tranquila: “En el primer caso, mala comida. En el segundo el hijo mayor. En el tercero, trabajo de mula”. “Aquí”, dijo ella, “hay bastante que hacer”. “Me lo imagino“. “Pero hay otra muchacha y además mi hija y yo ayudamos”. “Sí, señora”. Me estudió de nuevo. Por primera vez me di cuenta de que de tanto en tanto parpadeo. “¿Edad?” “Diecinueve”. “¿Tenés novio?” “Tenía”. Subió las cejas. Aclaré por las dudas: ”Un atrevido. Nos peleamos por eso.“ La vieja sonrió sin entregarse. “Así me gusta. Quiero mucho juicio. Tengo un hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni mover el trasero”. Mucho juicio, mi especialidad. Sí señora. “En casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de hijos naturales, ¿estamos?” “Sí, señora”. ¡Ula Marula! Después de los tres primeros días me resigné a soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos saltones para que se me pusieran los nervios de punta. Es que la vieja parecía verle a una hasta el hígado. No así la hija, Estercita, veinticuatro años, una pituca de ocai y rumi que me trataba como a otro mueble y estaba muy poco en casa. Y menos todavía el patrón, don Celso, un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con cara de malandra y ropa de Yrieart, a quien alguna vez encontré mirándome los senos por encima de “Acción”. En cambio el joven Tito, de veinte, no precisaba la excusa del diario para investigarme como cosa suya. Juro que obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero con malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un poco dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto propio. Me han dicho que en Buenos Aires hay un doctor japonés que arregla eso, pero mientras tanto no es posible sofocar mi naturaleza. O sea que el muchacho se impresionó. Primero se le iban los ojos, después me atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por obediencia a la Señora, y también, no voy a negarlo, pormigo misma, lo tuve que frenar unas diecisiete veces, pero cuidándome de no parecer demasiado asquerosa. Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran siete. “Hay otra muchacha”, había dicho la Vieja. Es decir, había. A mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. “Yo y mi hija ayudamos”, había agregado. A ensuciar los platos, cómo no. A quién va a ayudar la Vieja, vamos, con esa bruta panza de tres papadas y esa metida con los episodios. Que a mí me gustase Isolina o la Burgueño, vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de avispada y lee Selecciones y Life en español, no me lo explico ni me lo explicaré. A quién va a ayudar la niña Estercita, que se pasa reventándose los granos, jugando al tenis en Carrasco y desparramando fichas en el Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las corazonadas, de modo que cuando el tres de junio (fue San Coño bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se está bañando en cueros con el menor de los Gómez en no sé qué arroyo ni a mí qué me importa, enseguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A quién van a ayudar! Todo el trabajo para mí y aguántate piola. ¿Qué tiene entonces de raro que cuando Tito (el joven Tito, bah) se puso de ojos vidriosos y cada día más ligero de manos, y le haya aplicado el sosegate y que habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo con esas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres es la honradez y basta. El se rió muy canchero y había empezado a decirme: “Ya verás, putita”, cuando apareció la señora y nos miró como a cadáveres. El idiota bajó los ojos y mutis por el forro. La Vieja puso entonces cara de al fin solos y me encajó bruta trompada en la oreja,en tanto que me trataba de comunista y de ramera. Y le dije: “Usted a mí no me pega, ¿sabe?” y ahí nomás demostró lo contario. Peor para ella. Fues ese segundo golpe el que cambió mi vida. Me callé la boca pero se la guardé. A la noche le dije que a fin de mes me iba. Estábamos a veintitrés y yo precisaba como el pan esos siete días. Sabía que don Celso tenía guardado un papel gris en el cajón del medio de su escritorio. Yo lo había leído, porque nunca se sabe. El veintiocho, a las dos de la tarde, sólo quedamos en la casa la niña Estercita y yo. Ella se fue a sestear y yo a buscar el papel gris. Era una carta de un tal Urquiza en la que le decía a mi patrón frases como ésta: “Xx xxx x xx xxxx xxx xx xxxxx”.
La guardé en el mismo sobre que la foto y el treinta me fui a una pensión decente y barata de la calle Washington. A nadie le di mis señas, pero a un amigo de Tito no pude negárselas. La espera duró tres días. Tito apareció una noche y yo le recibí delante de doña Cata, que desde hace unos años dirige la pensión. El se disculpó, trajo bombones y pidió autorización para volver. No se la di. En lo que estuve bien porque desde entonces no faltó una noche. Fuimos a menudo al cine y hasta me quiso arrastrar al Parque, pero yo le apliqué el tratamiento del pudor. Una tarde quiso averiguar directamente qué era lo que yo pretendía. Allí tuve una corazonada: “No pretendo nada, porque lo que yo querría no puedo pretenderlo”.
Como esta era la primera cosa amable que oía de mis labios se conmovió bastante, lo suficiente para meter la pata: “¿Por qué?”, dijo a gritos, “si ese el el motivo, te prometo que...” Entonces como si él hubiera dicho lo que no dijo le pregunté: “vos sí... pero, ¿y tu familia?” “Mi familia soy yo”, dijo el pobrecito.
Después de esa compadrada siguió viniendo y con él llegaban flores, caramelos, revistas. Pero yo no cambié. Y él lo sabía. Una tarde entró tan pálido que hasta doña Cata hizo un comentario. No era para menos. Se lo había dicho al padre. Don Celso había contestado: “Lo que faltaba”. Pero después se ablandó. Un tipo pierna. Estercita se rió como dos años, pero a mí qué me importa. En cambio la Vieja se puso verde. A Tito lo trató de idiota, a don Celso de cero a la izquierda, a Estercita de inmoral y tarada. Después dijo que nunca, nunca, nunca. Estuvo como tres horas diciendo nunca. “Está como loca”, dijo el Tito, “no sé qué hacer”. Pero yo sí sabía. Los sábados la Vieja está siempre sola, porque don Celso se va a Punta del Este. Estercita juega al tenis y Tito sale con su barrita de La Vascongada. O sea que a las siete me fui a un monedero y llamé al nueve siete cero tres ocho. “Hola”, dijo ella. La misma voz gangosa, impresionante. Estaría con su salto de cama verde, la cara embadurnada, la toalla como turbante en la cabeza. “Habla Celia”, y antes de que colgara: “No corte señora, le interesa”. Del otro lado no dijeron ni mu. Pero escuchaban. Entonces le pregunté si estaba enterada de una carta de papel gris que don Celso guardaba en su escritorio. Silencio. “Bueno, la tengo yo”. Después le pregunté si conocía una foto en que la niña Estercita aparecía bañándose con el menor de los Gómez Taibo. Un minuto de silencio. “Bueno, también la tengo yo”. Esperé por las dudas pero nada. Entonces dije: “piénselo señora” y corté, fui yo la que corté, no ella. Se habrá quedado mascando su bronca con la cara embadurnada y la toalla en la cabeza. Bien hecho. A la semana llegó el Tito radiante y desde la puerta gritó: “¡La vieja afloja! ¡La vieja afloja!” Claro que afloja. Estuve por dar los hurras, pero con la emoción dejé que me besara. “No se opone pero exige que no vengas a casa”. ¿Exige? ¡Las cosas que hay que oír! Bueno, el veinticinco nos casamos (hoy hace dos meses), sin cura pero con juez, en la mayor intimidad. Don Celso aportó un chequecito de mil y Estercita me mandó un telegrama que —está mal que lo diga— me hizo pensar a fondo: “No creas que salís ganando. Abrazos, Ester”.
En realidad, todo esto me vino a la memoria, porque ayer me encontré en la tienda con la Vieja. Estuvimos codo con codo, revolviendo saldos. De pronto me miró de refilón desde abajo del velo. Y me hice cargo. Tenía dos caminos: o ignorarme o ponerme en vereda.
Creo que prefirió el segundo y para humillarme me trató de usted: “¿Qué tal, cómo le va?” Entonces tuve una corazonada y agarrándome fuerte del paraguas de nailon, le contesté tranquila: “Yo bien, ¿y usted, mamá?”
Pensemos juntos:
- ¿Cuál es el tiempo base de la historia?
- ¿Qué verbos son los que logran la retrospección en ella? ¿y la prospección?
- En lo narrado ,¿qué predomina más el modo indicativo o el subjuntivo?
Actividad
- Ingresa a "El rastro de tu sangre en la nieve" Gabriel García Márquez . Lee el cuento prestando atención al uso que el autor hace de los verbos; extrae en tu carpeta, los que te resulten más significativos en relación al accionar de los personajes a partir de las características vistas en clase.
-Observa la siguiente imagen, elegida para representar el cuento de García Márquez, presta atención a cómo esta construida:
-¿Por qué piensas que está representada de este modo?
- ¿Qué imagen habrían utilizado ustedes?
- ¿Qué verbos podrían definir esta imagen?
- Te propongo realices tus comentarios en este blog, luego los compartiremos en clase.
Por ahora es todo...no olvides visitar las paginas propuestas, recuerda que solo se aprende indagando y buscando más información. Se curioso!!! Suerte!!!
¿Qué es un verbo?
Es importante que tengamos en claro cual es la función del verbo, ya que este nos ayudará a comprender su uso en los textos narrativos, reconocerlos y ver porque resultan tan significativos para la historia y los personajes de la misma.
Por eso los invito a ver el siguiente PowerPoint que les ayudará a refrescar lo que hemos visto en clase.
El Verbo from Meudys Figueroa
Nuestro fin es ver cómo funcionan los verbos en la narración, también vimos en clase que la narración es la acción de relatar una serie de hechos, reales o ficticios, que ocurren en un lapso de tiempo y un lugar determinado.
Te invito a que veas el siguiente video te ayudara a comprender un poco más lo visto:
Luego de la información compartida, repasemos lo ya visto!!!
En clase, compartimos la lectura de "Corazonada", de Mario Benedetti, aquí lo dejo para que disfrutes nuevamente de él, además, si accedes al siguiente link: https://youtu.be/L3vPt4-fHxA, encontraras un breve video que habla sobre el autor y sus obras.
CORAZONADA
Apreté dos veces el timbre y enseguida supe que me iba a quedar. Heredé de mi padre, que en paz descanse, estas corazonadas. La puerta tenía un gran barrote de bronce y pensé que iba a ser bravo sacarle lustre. Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba. Tenía cara de caballo y cofia y delantal. “Vengo por el aviso”, dije. “Ya lo sé”, gruñó ella y me dejó en el zaguán, mirando las baldosas. Estudié las paredes y los zócalos, la araña de ocho bombitas y una especie de cancel.
Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una Virgen pero sólo como. “Buenos días”. “¿Su nombre?” “Celia”. “¿Celia qué?” “Celia Ramos”. Me barrió de una mirada. La tipeja. “¿Referencias?” Dije tartamudeando la primera estrofa: “Familia Suárez, Maldonado 1346, teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252, teléfono 413723. Escribano Perrone, Larranaga 3362, sin teléfono”. Ningún gesto. “¿Motivos del cese?” Segunda estrofa, más tranquila: “En el primer caso, mala comida. En el segundo el hijo mayor. En el tercero, trabajo de mula”. “Aquí”, dijo ella, “hay bastante que hacer”. “Me lo imagino“. “Pero hay otra muchacha y además mi hija y yo ayudamos”. “Sí, señora”. Me estudió de nuevo. Por primera vez me di cuenta de que de tanto en tanto parpadeo. “¿Edad?” “Diecinueve”. “¿Tenés novio?” “Tenía”. Subió las cejas. Aclaré por las dudas: ”Un atrevido. Nos peleamos por eso.“ La vieja sonrió sin entregarse. “Así me gusta. Quiero mucho juicio. Tengo un hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni mover el trasero”. Mucho juicio, mi especialidad. Sí señora. “En casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de hijos naturales, ¿estamos?” “Sí, señora”. ¡Ula Marula! Después de los tres primeros días me resigné a soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos saltones para que se me pusieran los nervios de punta. Es que la vieja parecía verle a una hasta el hígado. No así la hija, Estercita, veinticuatro años, una pituca de ocai y rumi que me trataba como a otro mueble y estaba muy poco en casa. Y menos todavía el patrón, don Celso, un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con cara de malandra y ropa de Yrieart, a quien alguna vez encontré mirándome los senos por encima de “Acción”. En cambio el joven Tito, de veinte, no precisaba la excusa del diario para investigarme como cosa suya. Juro que obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero con malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un poco dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto propio. Me han dicho que en Buenos Aires hay un doctor japonés que arregla eso, pero mientras tanto no es posible sofocar mi naturaleza. O sea que el muchacho se impresionó. Primero se le iban los ojos, después me atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por obediencia a la Señora, y también, no voy a negarlo, pormigo misma, lo tuve que frenar unas diecisiete veces, pero cuidándome de no parecer demasiado asquerosa. Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran siete. “Hay otra muchacha”, había dicho la Vieja. Es decir, había. A mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. “Yo y mi hija ayudamos”, había agregado. A ensuciar los platos, cómo no. A quién va a ayudar la Vieja, vamos, con esa bruta panza de tres papadas y esa metida con los episodios. Que a mí me gustase Isolina o la Burgueño, vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de avispada y lee Selecciones y Life en español, no me lo explico ni me lo explicaré. A quién va a ayudar la niña Estercita, que se pasa reventándose los granos, jugando al tenis en Carrasco y desparramando fichas en el Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las corazonadas, de modo que cuando el tres de junio (fue San Coño bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se está bañando en cueros con el menor de los Gómez en no sé qué arroyo ni a mí qué me importa, enseguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A quién van a ayudar! Todo el trabajo para mí y aguántate piola. ¿Qué tiene entonces de raro que cuando Tito (el joven Tito, bah) se puso de ojos vidriosos y cada día más ligero de manos, y le haya aplicado el sosegate y que habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo con esas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres es la honradez y basta. El se rió muy canchero y había empezado a decirme: “Ya verás, putita”, cuando apareció la señora y nos miró como a cadáveres. El idiota bajó los ojos y mutis por el forro. La Vieja puso entonces cara de al fin solos y me encajó bruta trompada en la oreja,en tanto que me trataba de comunista y de ramera. Y le dije: “Usted a mí no me pega, ¿sabe?” y ahí nomás demostró lo contario. Peor para ella. Fues ese segundo golpe el que cambió mi vida. Me callé la boca pero se la guardé. A la noche le dije que a fin de mes me iba. Estábamos a veintitrés y yo precisaba como el pan esos siete días. Sabía que don Celso tenía guardado un papel gris en el cajón del medio de su escritorio. Yo lo había leído, porque nunca se sabe. El veintiocho, a las dos de la tarde, sólo quedamos en la casa la niña Estercita y yo. Ella se fue a sestear y yo a buscar el papel gris. Era una carta de un tal Urquiza en la que le decía a mi patrón frases como ésta: “Xx xxx x xx xxxx xxx xx xxxxx”.
La guardé en el mismo sobre que la foto y el treinta me fui a una pensión decente y barata de la calle Washington. A nadie le di mis señas, pero a un amigo de Tito no pude negárselas. La espera duró tres días. Tito apareció una noche y yo le recibí delante de doña Cata, que desde hace unos años dirige la pensión. El se disculpó, trajo bombones y pidió autorización para volver. No se la di. En lo que estuve bien porque desde entonces no faltó una noche. Fuimos a menudo al cine y hasta me quiso arrastrar al Parque, pero yo le apliqué el tratamiento del pudor. Una tarde quiso averiguar directamente qué era lo que yo pretendía. Allí tuve una corazonada: “No pretendo nada, porque lo que yo querría no puedo pretenderlo”.
Como esta era la primera cosa amable que oía de mis labios se conmovió bastante, lo suficiente para meter la pata: “¿Por qué?”, dijo a gritos, “si ese el el motivo, te prometo que...” Entonces como si él hubiera dicho lo que no dijo le pregunté: “vos sí... pero, ¿y tu familia?” “Mi familia soy yo”, dijo el pobrecito.
Después de esa compadrada siguió viniendo y con él llegaban flores, caramelos, revistas. Pero yo no cambié. Y él lo sabía. Una tarde entró tan pálido que hasta doña Cata hizo un comentario. No era para menos. Se lo había dicho al padre. Don Celso había contestado: “Lo que faltaba”. Pero después se ablandó. Un tipo pierna. Estercita se rió como dos años, pero a mí qué me importa. En cambio la Vieja se puso verde. A Tito lo trató de idiota, a don Celso de cero a la izquierda, a Estercita de inmoral y tarada. Después dijo que nunca, nunca, nunca. Estuvo como tres horas diciendo nunca. “Está como loca”, dijo el Tito, “no sé qué hacer”. Pero yo sí sabía. Los sábados la Vieja está siempre sola, porque don Celso se va a Punta del Este. Estercita juega al tenis y Tito sale con su barrita de La Vascongada. O sea que a las siete me fui a un monedero y llamé al nueve siete cero tres ocho. “Hola”, dijo ella. La misma voz gangosa, impresionante. Estaría con su salto de cama verde, la cara embadurnada, la toalla como turbante en la cabeza. “Habla Celia”, y antes de que colgara: “No corte señora, le interesa”. Del otro lado no dijeron ni mu. Pero escuchaban. Entonces le pregunté si estaba enterada de una carta de papel gris que don Celso guardaba en su escritorio. Silencio. “Bueno, la tengo yo”. Después le pregunté si conocía una foto en que la niña Estercita aparecía bañándose con el menor de los Gómez Taibo. Un minuto de silencio. “Bueno, también la tengo yo”. Esperé por las dudas pero nada. Entonces dije: “piénselo señora” y corté, fui yo la que corté, no ella. Se habrá quedado mascando su bronca con la cara embadurnada y la toalla en la cabeza. Bien hecho. A la semana llegó el Tito radiante y desde la puerta gritó: “¡La vieja afloja! ¡La vieja afloja!” Claro que afloja. Estuve por dar los hurras, pero con la emoción dejé que me besara. “No se opone pero exige que no vengas a casa”. ¿Exige? ¡Las cosas que hay que oír! Bueno, el veinticinco nos casamos (hoy hace dos meses), sin cura pero con juez, en la mayor intimidad. Don Celso aportó un chequecito de mil y Estercita me mandó un telegrama que —está mal que lo diga— me hizo pensar a fondo: “No creas que salís ganando. Abrazos, Ester”.
En realidad, todo esto me vino a la memoria, porque ayer me encontré en la tienda con la Vieja. Estuvimos codo con codo, revolviendo saldos. De pronto me miró de refilón desde abajo del velo. Y me hice cargo. Tenía dos caminos: o ignorarme o ponerme en vereda.
Creo que prefirió el segundo y para humillarme me trató de usted: “¿Qué tal, cómo le va?” Entonces tuve una corazonada y agarrándome fuerte del paraguas de nailon, le contesté tranquila: “Yo bien, ¿y usted, mamá?”
Pensemos juntos:
- ¿Cuál es el tiempo base de la historia?
- ¿Qué verbos son los que logran la retrospección en ella? ¿y la prospección?
- En lo narrado ,¿qué predomina más el modo indicativo o el subjuntivo?
Actividad
- Ingresa a "El rastro de tu sangre en la nieve" Gabriel García Márquez . Lee el cuento prestando atención al uso que el autor hace de los verbos; extrae en tu carpeta, los que te resulten más significativos en relación al accionar de los personajes a partir de las características vistas en clase.
-Observa la siguiente imagen, elegida para representar el cuento de García Márquez, presta atención a cómo esta construida:
-¿Por qué piensas que está representada de este modo?
- ¿Qué imagen habrían utilizado ustedes?
- ¿Qué verbos podrían definir esta imagen?
- Te propongo realices tus comentarios en este blog, luego los compartiremos en clase.
Por ahora es todo...no olvides visitar las paginas propuestas, recuerda que solo se aprende indagando y buscando más información. Se curioso!!! Suerte!!!
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